CRUCEROS DE LA CIUDAD DE SALAMANCA
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Cruz del Río o de San Gil |
La Real
Academia Española de la Lengua define el crucero como: "cruz de piedra, de dimensiones variables,
que se coloca en el cruce de caminos y en los atrios. Suele alzarse sobre una
plataforma con peldaños y tiene esculpido el crucifijo y, frecuentemente
además, la Piedad o Quinta Angustia".
El cruce
de caminos o encrucijada está íntimamente ligado con la Cruz. Entre los antiguos las encrucijadas poseían carácter
teofánico o supersticioso y estaban consagradas a una figura ambigua y terrible
entre los griegos, Hécate, la de las tres cabezas.
En la
ciudad de Salamanca, a lo largo de los tiempos, han existido varios cruceros de
las características mencionadas y abundaron otros, más modestos, con la cruz de
piedra sin labra de figura alguna e incluso existieron cruceros consistentes en
humilde peana de escalones de piedra y cruz de madera.
Se
demuestra la existencia de cruceros
ya en 1215 a través de una referencia que recoge Filgueira Valverde en un
documento de la catedral de Lugo1.
Haciendo
un repaso a través de la historia tenemos suficientemente documentados cerca
de cuarenta cruceros en la capital, si bien hoy solamente perviven tres de
ellos, como recuerdo de los dos primeros tipos.
El más
antiguo del que tenemos constancia es el del Monte Olivete, 200 años
posterior al antes citado y que describiremos más adelante.
De finales
del siglo XV o principios del XVI data la denominada Cruz de Aníbal, situada
frente a la Puerta del Río, de la que daremos amplios detalles.
De 1570 es
la noticia de tres cruceros que existían en el Arrabal, entre el Teso de la
feria, donde hoy el Parador de Turismo y el Puente romano uno, otro hacia donde
luego se situó la Casa de Mancebía y un tercero casi en simetría con el primero
(con eje en el puente) hacia las Salas Bajas y que podemos localizar en la obra
de Richard L. Kagan, Ciudades del siglo
de oro. Las vistas españolas. Madrid, 1986, pg. 364/366, que el rey Felipe
II encargó a Anton Van den Wyngaerde y que reproduce la vista de Salamanca.
Junto a la
ermita del Cristo de Jerusalem, ya existente en 1220, hubo otro crucero,
que aparece documentado en 1588, del que ampliaremos detalles más adelante.
Se ignora
la fecha en que fue levantado el Humilladero del campo de San Francisco,
que trataremos luego en detalle, pero consta que, en 1710, la Cofradía de la Santa Cruz renovó el Humilladero,
conocido vulgarmente como Crucero, donde el Viernes Santo se
venía celebrando desde 1615 la ceremonia del Descendimiento.
El Crucero
de la plazuela de Carvajal estaba situado frente al Seminario de este
nombre, donde tuvo su asiento la antiquísima parroquia de San Ciprián,
demolida en 1584, crucero del que trataremos después con amplitud.
El resto
de los cruceros, de los que tenemos noticias, podemos clasificarlos
por su origen.
Partiendo
del plano de la ciudad, confeccionado por don Gerónimo García de Quiñones, el
11 de abril de 1784, vemos unos cruceros que se levantan junto a las
puertas de la muralla, denominados vulgarmente como cruces de término. Esta
circunstancia se daba en todas las ciudades medievales amuralladas, lo que nos
lleva a la sospecha de que, junto a los cruceros que figuran en el plano en
esa fecha y que son: San Vicente, de los Milagros, del Río y de San Polo, habrían existido los levantados en las
proximidades de las otras puertas, que eran: Puerta nueva, Santo
Tomás, Sancti-Spíritus, Toro, Zamora, Villamayor, San Bernardo y San Hilario o Puerta falsa.
Otros cruceros
tuvieron su origen en el deseo de las Órdenes religiosas y militares de
extender a la calle el espíritu devoto que las impregnaba y sobre todo predicar
el misterio de la Redención humana a través de la Cruz.
Así en el
citado plano vemos los cruceros levantados por los jesuitas
frente a San Isidro y en la calle de Sordolodo (hoy Meléndez) en su confluencia
con la de la Compañía, el del Colegio de Calatrava, -aunque no aparece en el
plano-, el de los caballeros de la Orden militar de Santiago frente al Colegio
del Rey, el de los de la Orden de Calatrava, que sustituyeron la cruz de
madera que existía sobre un pozo en el antiguo "corralillo" o "pradillino",
junto a la iglesia de Santo Tomás Cantuariense, por una cruz de piedra.
Aparecen
en el plano otros cruceros como son: el de la Plaza de Santa Eulalia y el de la
de San Bartolomé, que podrían tener
idéntico origen a los anteriormente citados, pero erigidos en el exterior de
las respectivas parroquias. También existieron cruceros en las
proximidades de los antiguos cementerios, que a su vez se encontraban situados
junto a las iglesias y ermitas.
Consta la
existencia, aunque no figuren en el plano, de una serie de cruceros cuyo origen se
debe a la política de saneamiento de las calles. No olvidemos que en los
pasados siglos la convivencia de animales y personas en las viviendas era normal,
no existía red de alcantarillado, ni red de agua potable, por lo que los
detritus de todas clases eran arrojados al exterior de las casas, formándose
auténticos muladares en las calles.
En las
proximidades de las iglesias se buscaba la solución de colocar una Cruz para que, por respeto al símbolo,
se abstuvieran los vecinos de arrojar inmundicias. Tal fue el caso del crucero
de la ermita del Cristo de la Estafeta, colocado por los vecinos o el situado
frente a la iglesia de San Benito por el rector de los jesuitas, acompañado de
árboles a su alrededor y seguramente el de la Cruz Verde, que sería una
humilde cruz de madera, pintada de este color, sobre piedra con escalones,
aunque Ignacio Carrero2 nos da la versión de que se trataría de la
mutilación del letrero indicador de la calle, cuyo título original era:
CALLE DE LA
CRUZ
VER DA
DE RA
Otra
hipótesis, respecto a la Cruz Verde, sería la de que en tal
lugar se levantaba el tablado en el que se sometía a tormento a los
penitenciados por la Santa Inquisición, lugar donde finalizaba, la noche
anterior al cumplimiento de la pena, la solemne procesión para leer las
sentencias, procesión en la que figuraban una Cruz verde que se
destinaba al patíbulo y una Cruz blanca, que se colocaba en la
plaza presidiendo la ceremonia.
No figura
en el plano, aunque tal vez tuviera este mismo origen, el crucero de piedra de la
calle de Padilla, corralón junto a la iglesia de la Magdalena, hoy de los
padres Carmelitas descalzos en la calle de Zamora, callejón que no tenía
salida, al igual que la calle de enfrente dedicada también a otro comunero, el
salmantino Maldonado. Existió tal calleja hasta los años sesenta de este
siglo, dando acceso a la sacristía y a la puerta de la iglesia del lado del
evangelio, a través de un alto muro de piedra con reja de hierro y puerta
también de rejería, que cerraba el corralón por la parte de la calle de Zamora.
La
existencia de cruceros hay que rastrearla también en las ermitas o iglesias
desaparecidas pues éstas eran la consecuencia natural en el proceso del tiempo
y en la mayoría de los lugares, aún hoy, existe un crucero junto a la ermita
e incluso tres cruces juntas, culminando la Pasión del Señor. También sería éste el origen de los Humilladeros,
lugar junto a las ermitas adonde acudían los penitentes para expiar sus pecados
humillándose y mortificándose en presencia de los demás.
Este sería
el origen del crucero de la Puerta del Río sobre el solar de la iglesia de
San Gil y el de la plazuela de Carvajal sobre el de la iglesia de San
Ciprián.
Hay
noticias de otras dos Cruces3
denominadas de los Pizarrales y de Antón, cuyas ubicaciones
desconocemos.
Otros cruceros
los constituyeron las trece cruces
que, partiendo de la ya citada, junto a la ermita del Cristo de Jerusalem,
componían las 14 estaciones del Vía
Crucis, que culminaba en el convento del Calvario, del que hablaremos más extensamente.
A
propósito de la definición de rollo y
picota que nos da la Real Academia
Española, el primero: "columna de
piedra, ordinariamente rematada por una Cruz, que antiguamente era insignia de
jurisdicción y que en muchos casos servía de picota", y la segunda:
"rollo o columna de piedra o de
fábrica, que había a la entrada de algunos lugares, donde se exponían
públicamente las cabezas de los ajusticiados, o los reos", se han
producido a lo largo de la historia abundantes confusiones pues,
frecuentemente, en documentación aparecida, al rollo se lo denomina picota,
identificándose ésta con la horca,
siendo ambas símbolo de las jurisdicciones criminal o de sangre, mientras el
primero lo era de la jurisdicción civil.
El
elemento más antiguo es la horca,
existente en casi todos los lugares, pues no se olvide que la mayoría de los Fueros nos hablan del castigo de "enforcamiento", siendo las horcas
primitivas elementos no fijos construidos en material barato, generalmente
madera, que se transportaban hasta un lugar determinado.
La picota posee mayor antigüedad que el rollo pues se trata de un elemento que
ya existía en la Edad Media. Aparece en el Código
de las 7 Partidas de Alfonso X, el Sabio (Partida 7ª, Ley 4ª, tomo XXI):
"La setena es quando condepnan a
alguno que sea azotado oferido paladinamente por yerro que fizo, o lo ponen por
deshonra del en la picota, ol desnudan faciendol estar al sol untado de miel lo
coman las moscas alguna hora del día".
Fray Pedro
de Sandoval en la página 303 de su Historia
de la vida y hechos del emperador Carlos V dice: "Cuando un caballero es desafiado y no parece, el rey de armas publica
su mengua y arrastra en vituperio sus armas públicamente, hasta que un
pregonero o verdugo las cuelga y clava en la picota, como pesos falsos".
El rollo, que hace su aparición a finales
del siglo XIV, al igual que la picota
cuando le sustituía, era emplazado en sitio céntrico y en lugar bien visible,
mientras la horca se situaba en las
afueras del lugar, aunque en sitios elevados. Se ha de hacer notar que ya en la
época de los romanos a los ciudadanos
no podía ejecutárseles más que extramuros de la población.
El rollo, como testimonio de su calidad
jurídica, suele ostentar el escudo de la villa o del señorío. En cambio la picota -que lo mismo sustituía al rollo que a la horca en determinadas ocasiones- carece de adornos.
Nace el rollo, como se ha indicado
anteriormente, a finales del siglo XIV, teniendo como fin principal señalar la
autonomía jurisdiccional de una población, o sea, su consideración como villa.
Por ello llevaba grabados los escudos correspondientes según que su
jurisdicción fuera de: realengo, abadengo o señorío y se situaba, generalmente, en pueblos importantes para
significar la superioridad jurisdiccional de tal población sobre el resto de
los lugares a él sometidos, circunstancia que se hacía notar plásticamente con
los cuatro brazos de los canes
pregonando su jurisdicción a los cuatro puntos cardinales.
Fueron
abundantes las concesiones de títulos, cambiando la situación jurídica de los
pueblos, en tiempos del reinado de Enrique IV por la debilidad de la corona. Ya
en la época de los Reyes Católicos la horca
era considerada como "insignia de
autoridad" en los pueblos de señorío.
A los
pueblos que obtenían el título de "villazgo"
o ganaban pleito sobre competencias, se les autorizaba para poner "horca, picota, cuchillo, argolla, tener
cárcel, prisiones y demás insignias de jurisdicción", pero como se
limitaban a construir uno solo de los citados elementos, se producía la
confusión de términos a que hemos hecho referencia, tanto en denominación como
en las funciones y formas arquitectónicas de la construcción.
Las formas
que adoptaron los tres citados elementos se describen a continuación:
La horca, como se ha dicho, precedió a la picota, siendo al principio simple
artilugio transportable de madera, dotado de los tres clásicos palos, que servía para colgar al
justiciable.
La picota antigua estaba dotada de cuatro canes en lo alto y terminaba en remate
puntiagudo, lo que debió darle el nombre; por degeneración de pico: picota. De los canes, que tenían variadas formas: rostros humanos deformes,
carneros, leones o reptiles, se colgaban las argollas o garfios que servían,
bien para tensar las cuerdas para la sujeción de los malhechores, (quienes
antes de ir a la cárcel eran expuestos a la vergüenza pública), bien para
ahorcar al ajusticiado. Servían también los canes
para colgar en ellos las cabezas o los miembros amputados de los reos, como
advertencia y escarmiento y así fueron expuestas las cabezas de los comuneros
Padilla, Bravo y Maldonado, tras su ejecución en la picota de Villalar.
La picota más moderna se confunde con el rollo que debe su nombre al fuste
circular (la mayor parte del poste y la más visible). Constan tanto la picota como el rollo de: gradas, basa, fuste, capitel y remate, siendo la
ornamentación más o menos lujosa según la época de su construcción,
sobresaliendo por los adornos los rollos
medievales.
Poseían un
agujero en el fuste que, por la forma circular de la columna, se adaptaba
perfectamente para utilizarlo en la ejecución de los reos condenados a garrote
vil.
Al
legislar las Cortes de Cádiz, en el año 1811, la abolición de los "Privilegios exclusivos privativos y
prohibitivos procedentes del Señorío" desaparecieron muchos rollos y picotas y los pocos que quedaron consiguieron la supervivencia
mediante el ardid de colocarles como coronación, en la cúspide, una cruz con lo
que pasaron a la categoría de cruceros.
Por Real
Cédula de Fernando VII, de 28 de abril de 1832, se abolió el suplicio de la horca, sustituyéndose por el de garrote, en sus tres variantes: ordinario, para las personas del común; vil, para castigo de delitos infamantes
sin distinción de clases y noble,
para los hidalgos. Las anteriores distinciones son abolidas en el artículo 89
del Código Penal de 1848 al establecerse la pena de muerte en garrote y sobre tablado.
El único crucero
que en Salamanca se correspondía con la definición de la R.A.E., por situarse
en una encrucijada, allí donde convergen varios caminos, era el del Rollo,
pues éste se construyó en 1727 "en
el sitio de la cruz de los cuatro caminos"4, que eran:
calzada de Medina, camino a la Puerta de Toro, camino de la Aldehuela, pasando
por la ermita de San Mamés (donde hoy el derruido parque de bomberos) que era
el camino real y calzada para Madrid
y Aldealengua, en la actualidad calle de los Comuneros.
El rollo
de referencia, se hizo para alejar de la ciudad tal símbolo de oprobio y con
planta circular y forma de obelisco tenía tres cuerpos, con escalera interior
de caracol, rematado en una estatua de la muerte y en su segundo cuerpo
llevaba, sobre la cornisa, cuatro ganchos de hierro para colocar en ellos y
dentro de jaulas, los miembros de los ajusticiados. Se encontraba en estado
ruinoso en 1771 pero no se derribó hasta 1834 y las últimas ejecuciones, de que
existe constancia, tuvieron por escenario la Plaza Mayor en 11 de enero de 18025
donde, entre horca y garrote vil, murieron 16 malhechores de las cuadrillas del
Cubero, del Corneta, del Chafandín y
del Patricio, en cinco horcas y un
tablado para el garrote. Dos de ellos sufrieron descuartizamiento y sus cabezas
fueron expuestas en la Puerta de Zamora y en la de San Pablo.
El rollo
que actualmente se encuentra al final de la Avenida de los Comuneros es de los
de jurisdicción y pertenecía a la familia Herrera Anaya, fundadores del
convento de las Bernardas del Jesús, en cuyos linderos se encontraba. Al tender
el ferrocarril quedó separado del convento, en terrenos de la huerta de la
Compañía de Jesús que daba al camino de la Cárcel provincial. Quedó luego
arrumbado en los depósitos de materiales del Ayuntamiento salmantino hasta que
fue rescatado y situado en la plazuela de Santa Teresa y en abril de 1975 se
ubicó en su actual emplazamiento en el Alto del Rollo.
1.- Salvador Andrés Ordax, Iconografía cristológica a fines de la edad
media. El crucero de Sasamón. Salamanca, 1986. Pg. 10.
2.- Ignacio Carrero, Diccionarios de personajes, topónimos y demás nomenclaturas del
callejero salmanticense. Salamanca, 1996.pg. 82
3.- Joaquín Zaonero, Libro de noticias de Salamanca que empieza a rejir el año 1796.
Edición crítica de Ricardo Robledo. Salamanca, 1998. págs. 55 y 81.
4.- María Nieves Rupérez Almajano, Urbanismo de Salamanca en el siglo XVIII.
Salamanca, 1992. Pg. 151.
5.- Joaquín Zaonero, ob. cit. Pg. 17.
Por José María Hernández Pérez
06/03/2023 Rev. 00